La mentira que nos envuelve
Por: Manuel Ferrer Muñoz
Nos engañaron. Nos hicieron creer que, con el advenimiento de la Modernidad (occidental), se pasaba la página del oscurantismo en que se había desenvuelto hasta entonces la historia de la humanidad (occidental), maniatada por la Iglesia, una institución que había secuestrado la libre búsqueda de la verdad, temerosa de que la pérdida de ese control amenazara su dominio sobre las conciencias.
Nos dijeron que el Estado, expresión genuina y sin mácula de la Nación, velaría por la libertad y la igualdad; que desterraría la ignorancia y la superstición, al desplazar a la Iglesia en su función educadora, y que garantizaría el predominio de la Luz sobre las rancias tinieblas clericales.
Aseguraron que, con la división de poderes, nunca más un tirano se impondría sobre la voluntad popular; que la democracia revertiría un estado de cosas en que unos pocos privilegiados habían antepuesto sus intereses a los del cuerpo social, y que la representación de la voluntad popular a través de parlamentarios elegidos por sufragio universal consagraría el bienestar de los ciudadanos.
Todo eso era mentira, y ahora lo sabemos y lo constatamos día a día, con el horror que causa la evidencia de que unos cuantos aprovechados se han erigido de modo hipócrita en nuestros benefactores, para beneficiarse ellos mismos de nuestra indigencia inducida, sin que veamos el modo de sacudirnos a esas sanguijuelas.
Ellos roban sin pudor, infringen las mismas normas que nos imponen, pero fingen compadecerse de los desposeídos e idean mecanismos para socorrerlos: infames herramientas que consagran y apuntalan la dependencia de unas clases menesterosas cuyo único recurso es aferrarse a la mano tendida que les ofrece el sistema, repleta de dádivas en forma de subsidios o subvenciones.
Ellos son como dioses, conocedores del bien y del mal; peor aún, ellos deciden qué es lo bueno y qué es lo malo, según sus personales intereses y según los intereses de los que son aún más poderosos que ellos y que a ellos sostienen. Tener es poder, y esos pocos que tienen mucho, muchísimo, pueden hacer de nosotros lo que se les antoje a través de esos espantajos políticos, intermediarios acomodaticios.
Los peleles (tontos útiles y bien comidos) y sus asesores (más listos, aunque menos comilones) idean consignas que repiten hasta el aburrimiento los medios de comunicación: todos los medios de comunicación, porque a todos compran con nuestro dinero, extraído de nuestros míseros bolsillos de mil modos y maneras: impuestos, cobros abusivos, sanciones económicas, comisiones bancarias…
Ya nada les detiene. Incluso han intervenido sobre la libertad de expresión. Si antaño nos dijeron que mentía la Iglesia cuando predicaba la existencia de verdades absolutas, y que estableció la Inquisición para reprimir la libertad de pensamiento, ahora que han copado el poder ya no toleran la disidencia. A los dogmas del catolicismo han sucedido las ‘verdades’ de la Modernidad, irrebatibles, indiscutibles, omnímodas; y el que no las comparta es un apestado social al que hay que marginar, cuando no perseguir.
Hoy te dirán que A es A, y mañana que A es no A. Y has de aceptarlo y entender que, si no lo comprendes, tienes un problema de encorsetamiento mental, de rigidez neuronal. Y, cuando en medio del aturdimiento, empiezas a entrever la mentira, te deslumbran con algo nuevo que, por la urgencia con que se impone, reclama toda tu atención y te obliga a dejar a la zaga preocupaciones por cuestiones que ya quedaron obsoletas. Te dirán que no vuelvas la vista atrás, que el secreto de la felicidad está en el fieri, no en el esse. Y se quedarán tan tranquilos, sonriendo al observar tu cara de bobo.
Idearán herramientas que aseguren la trasparencia y la limpieza de cuanto llevan a cabo, en abnegado sacrificio por la ciudadanía, pero pondrán al frente de los instrumentos encargados de esa tarea de fiscalización a personas de su confianza, que sean leales y que no vayan a ensuciar o entorpecer su buen hacer con investigaciones extemporáneas o melindrosas.
Te hablarán muy serios en ocasiones, con gesto amable siempre, y con voz cálida y acogedora, para persuadirte de que has de dejarte llevar, de que todo es para tu bien. Y te convencerán de que tienes que entregarles tu inteligencia y la inteligencia de tus hijos para que no se extravíen, para que no perturben la paz social, para que nadie ponga en solfa el orgullo de su condición de ciudadano -que no de patriota-, a fin de prevenir heréticas opiniones que contravengan lo que ‘todos’ queremos, lo que ‘todos’ asumimos porque así lo han dispuesto ‘ellos’.
Has de saber, sin embargo, que te engañan.