La cultura en la encrucijada
Por: Ramiro Caiza
Paradoja permanente en el devenir político ecuatoriano y quizá de la región, la cultura, quiérase o no, ha mantenido su protagonismo de modo subterráneo, a modo de simulación, con el propósito de ocultar su verdadero rostro.
Desde la configuración de lo que hoy es el Ecuador, la cultura se manifiesta como los valores o conjunto de tradiciones, hábitos, gustos de la clase dominante, con desprecio de las creencias y sentires de los dominados. La imposición de creencias desde la institucionalidad y la amalgama de nuevas formas culturales y artísticas han marcado las formas de ser de los diversos estratos sociales del país, con una clara muestra de blanqueamiento, cuando la oportunidad se presenta, para negar el ancestro y parecerse al blanco dominante o al arribista mestizo, dejando de lado, una vez más, a los pueblos indígenas como sujetos culturales.
La cultura del dominante como clase social y económica se traslada históricamente, es decir, se sucede hereditariamente como forma impositiva desde las esferas ya institucionalizadas como la iglesia y la educación, allí se reflejan las formas más visibles de los valores que imperan en la sociedad, marcada de modo abierto, como la forma ideal de vida, como queriendo justificar el statu quo. Época dura en la conformación del Estado Nacional, pugna claramente marcada por intereses de los herederos de la Corona y chapetones, por la lucha de los patriotas peninsulares y criollos que se disputaban el botín territorial latinoamericano con todos los recursos que el paisaje cultural guardaba, dejando, una vez más, de lado a la población rural que estaba conformada por indios y campesinos, fundamentalmente.
Sin embargo, por la misma dinámica interna de sobrevivencia y desde una perspectiva dialéctica, las culturas oprimidas sobreviven en base al mantenimiento de la lengua, por ejemplo, de modo cerrado, o en las estribaciones hacia donde fueron arrinconados esos pueblos, después de haberlos despojado de sus territorios históricos. Desde la heterodoxia hacia el poder y desde la hibridación cultural, han sobrevivido los desposeídos de dioses, cosmovisiones y esas otras formas de conocimiento; intentaron vaciar su sabiduría sin aplicación de ningún principio de respeto. Nada o casi nada cambió con la independencia, luego con el establecimiento de la república en sus primeras décadas, se mantuvo el sistema de concertaje, la explotación del indio y del montubio, la educación escolástica continuó con su despliegue a ciertos estratos sociales; la alfarada concluyó en La hoguera bárbara en 1912, los derechos de los trabajadores tuvieron su gran baño de sangre el 15 de noviembre de 1922. En este ámbito, la cultura se reducía a la moral y buenas costumbres, a la obediencia civil contra los masones y comunistas; las creatividades eran dones divinos de la aristocracia y clase política dominante, basta echar una mirada a los nombres de escritores o poetas, pintores o músicos y la clase a que se debían. Entonces, viene la gran pregunta ¿el arte está destinado a unos cuantos o es patrimonio solo de quienes o pueden decodificar sus lenguajes? Terrible aberración a la que sometieron al conjunto de la sociedad con modelos afuereños, minimizando siempre la producción local.
Explicación justa tiene el esplendor del arte de la Escuela Quiteña, arte barroco de profundo contenido religioso que responde a su tiempo; como entidad tenemos a la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos fundada por el arzobispo Federico González Suárez. La cultura es patrimonio de una casta colonial que se prolonga en gran parte del siglo XIX y bien entrado el XX, donde continúa la manifestación de las corrientes europeas que tardíamente arriban al Ecuador.
De la revolución liberal en adelante la ruptura marcará la irrupción de otras formas de asumir la realidad y el tratamiento de temas prohibidos, como es el caso del indio y del montubio que tuvo su cima en el realismo social literario y pictórico.
Será producto de la revuelta del 28 de mayo del 44, consecuencia del pronunciamiento social la transformación o subrogación de funciones del Instituto Cultural Ecuatoriano de Cultura en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, bajo decreto de Velasco Ibarra el 9 de agosto de 1944, entidad que dará un vuelco al desarrollo de las actividades culturales de modo sostenido y con la visión integradora de Benjamín Carrión. Bajo la égida de Carrión, el “volver a tener patria y ser una potencia cultural”, el Presidente de la República nombrará a un sólido equipo de diversas corrientes ideológicas a construir la potencia cultural, aparecerán muchos libros, exposiciones pictóricas, encuentros académicos, conferencias, presentaciones teatrales, conciertos; todo ello, en torno a la actividad de las Secciones Académicas de la Casa. Quizá por tres décadas la institución bregó por los senderos de iluminar al Ecuador dentro y fuera con las bellas artes.
El Siglo de Carrión es el nombre de un libro trabajado por Fernando Tinajero, donde realiza un acercamiento crítico a la figura y su gestión cultural al frente de la entidad fundada por el patriarca o gran señor de la nación pequeña. Aquí señala las potencialidades, aciertos y desaciertos de una Casa llamada a cumplir su rol histórico y que tal vez ya lo cumplió, toda vez que nace desde la visión elitista y aristocrática, afrancesada y, claro, bajo la sombra del gran José Vasconcelos de México.
La CCE marcó un tiempo importante y decisivo en el quehacer de la cultura ecuatoriana, donde provocó una reactivación organizada de actividades con proyección interna y externa, dando lugar a que se emule el trabajo emprendido por la Casa en otros países de América.
A la par de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, surgieron entidades que dinamizan la cultura en las tres grandes ciudades y capitales de provincias, los Núcleos provinciales, Subsecretaría de Cultura, Consejo Nacional de Cultura y el Fondo Nacional de Cultura (Foncultura), programas ligados al gobierno de turno, entre tantos. Importante también fue la emergencia de espacios particulares e independientes dedicados al arte: música, artes plásticas, artes escénicas y dancísticas, publicaciones y editoriales independientes que crecerán algunas y otras se diluirán en el tiempo.
La Casa de la Cultura ha pasado por varias etapas, alguna cruenta como en el caso de la intervención de la Junta Militar y la toma por la Unión de Escritores Jóvenes del Ecuador, UEJE, en la década del 60, como intento certero de romper con la tradición cultural impuesta o heredada, han marcado pautas de la trascendencia de la Institución de cultura más importante del país. Las primeras décadas de vida de la institución, realmente han sido notorias, su protagonismo ha cubierto los diversos territorios del Ecuador. Su gestión no ha estado al margen de la política nacional, de una u otra manera los gobiernos han incidido en las distintas administraciones. El asedio se ha profundizado con el recorte presupuestario para mantener el funcionamiento de una infraestructura grande, en el caso de la Sede Nacional, y con presupuestos irrisorios para los Núcleos.
Una vez cumplido el primer medio siglo de vida, la Casa fue por nuevos derroteros, el regreso a la democracia también influye con una apertura importante en el ámbito de la democratización cultural, abre sus puertas a nuevos creadores y voces excluidas, se crean los núcleos amazónicos, y varias extensiones cantonales. La gestión cultural cubre otros territorios, pero la falta de políticas institucionales y de presupuesto la sumergen en un espacio escabroso.
Tal vez, con el profesor Edmundo Rivadeneira se agota el modelo creado por Carrión, la de ser suscitadora de la cultura nacional, ya que la modernización del Estado por las rentas petroleras de los 70 cambian la dinámica económica del Ecuador y surgen nuevas empresas, entre ellas, entidades que comercian con productos culturales de modo masivo, el consumo está al orden del día y la sociedad despierta a un modo de vida más citadino.
Con la emergencia del movimiento indígena y su protagonismo en la política nacional, poco o nada cambió en la estructura institucional cultural; algo se percibió con la Ley de Nacionalidades impulsada por el Consejo de nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONACNIE, y Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE, en su momento, hasta lograr que la Educación Intercultural Bilingüe sea tomada en cuenta y un nuevo enfoque cultural se muestra en el espectro cultural ecuatoriano con renovados sujetos de la historia.
Este “pueblo atravesado por muchas sangres y culturas”, nos recuerda el pensador Fernando Tinajero, requiere de otras miradas, donde los protagonistas y quienes proporcionen los insumos para la estructuración de la política cultural pública se sienten en las mismas condiciones y propongan sus visiones, esperanzas y formas de sentir la vida.
Comprender que el Estado no crea cultura sino que su deber es promoverla, alentarla a través de sus instituciones con presupuestos dignos, con recursos humanos formados, con espacios equipados donde los creadores tengan las condiciones mínimas y necesarias para potenciar su sensibilidad; ello posibilitaría la cohesión social y convivencia intercultural en condiciones que permitan expresar la diversidad
La creación del Ministerio de Cultura, sin Ley, como resultado de la revolución ciudadana se convirtió en el brazo político en el ámbito de la cultura, lo cual le ha convertido en un ente clientelar. Con 14 ministros en 14 años, es la mejor muestra de lo que allí sucede; nada de políticas culturales coherentes, sostenidas y a largo plazo, nada más, que el brazo político en la cultura del gobierno de turno que, en su mayoría, ha beneficiado a sus allegados y coidearios; un ente burocrático que todavía no ha cumplido con las expectativas para las que fue creado; parece ser que se aproxima su ocaso, consumiéndose a sí mismo. Los grandes artistas e intelectuales prefirieron el sector alternativo o privado para vender y comerciar sus productos culturales; la Casa contestataria dejó de ser la que fue en su inicios, parece ser que su ciclo había concluido, por falta de planificación y visión, por la desidia de un Estado que jamás le ha interesado la cultura como medio de desarrollo. En el ámbito patrimonial se debe reconocer el trabajo del Ministerio de Patrimonio en su momento, hoy subsecretaría de Patrimonio.
En la última década la asfixia a la Casa con justificaciones nada argumentadas o quizá sí, con recortes presupuestarios permanentes y el radio de acción cada vez más reducido; el asedio de los gobiernos de turno terminaron por encasillarla como entidad burocrática sin razón de ser, que solo sirve para alquilar espacios, donde la creación del pensamiento es limitado y la producción artística es diferente en relación con décadas pasadas.
Consternación causa que la Casa de Carrión se derrumbe por falta de sensibilidad y, sobre todo, porque no se asume desde el Estado con responsabilidad la tarea cultural; por encima de períodos paradójicos, su gestión debe replantearse, debe situarse a la altura de los tiempos, una casa que acoja las diversidades creativas y genere espacio para lo selecto del arte ecuatoriano, tal vez como espacio para la creación en las diversas ramas.
La perversidad de los gobiernos, sin quererlo o proponérselo, está al borde de aniquilar a la entidad, en una suerte de competencia desigual y absurda con el ente rector, la estranguló con cada uno de sus ministros, con honrosas excepciones, como hacedores de los mandados del Ejecutivo que dicta las reglas del juego sin ninguna política cultural estatal. Entonces cabe las preguntas, ¿debe desaparecer el Ministerio o la Casa de la Cultura Ecuatoriana? ¿Pueden convivir dos instituciones públicas que se disputan espacios y reparto de recursos?
Se dice que en estos días la Casa ha sufrido la reducción de alrededor del 80% del presupuesto en sus núcleos de la CCE, es una forma de decir que no tiene razón de ser, que se debe apagar la luz y marcharse a redactar las páginas de un proceso que se aniquiló así mismo.
La casa de Carrión, si quiere continuar su existencia con amplio protagonismo, debe replantear sus objetivos y su radio de acción, desde el principio constitucional y su valor histórico, con actualidad para facilitar el uso del espacio público, desde la autogestión, desde el generar ingresos propios con una dinámica y oferta cultural en el marco de la producción de productos culturales. Caso contrario, esta Casa pasará a constituirse en un buen recuerdo, de una época donde la ilustración cumplió a cabalidad sus preceptos.
La decadencia de la Casa en los últimos años es notoria, su falta de acción, su parálisis en relación con los colectivos y trabajadores independientes, su cerco a propuestas o proyectos alternativos, su encierro a planificar desde el escritorio, su falta de convocatoria, entre tantas son el síntoma actual de una entidad que se niega a reinventarse para provocar nuevos tiempos para el quehacer cultural del país. Delicado estado de la situación, para una institución que no encuentra su norte ante el asfixio lento pero seguro desde el gobierno, con recortes paulatinos hasta situarla en la encrucijada.
La Ley Orgánica de Cultura debe ser reformada, pero con participación del sector cultural del país, con criterios académicos y provenientes de la sabiduría y realidad popular, desde el pronunciamiento de las diversidades con enfoque intercultural. Si se quiere dotarle de actualidad a la Casa, se debe desde la Ley asignarle competencias precisas y presupuesto digno, convertirla en el espacio de la creación artística con solventes maestros en cada rama, una casa donde reine la alegría y la armonía se convierta en el pan del día.
La política intervencionista del Estado en la CCE ha dado sus frutos, el recorte del Estado como mandato del FMI también le tocó a la cultura, nada más indigno que atentar contra la cultura, es el escalón más bajo del ejercicio del poder donde la dignidad humana se encuentra por debajo de cualquier otra demanda, donde la memoria y patrimonio han sido ultrajados; y, en una casa sitiada poco se puede producir. Reducir el tamaño del Estado, acelerar su deterioro, para hacerlo aparecer como ineficiente, ponerlo contra las cuerdas sin presupuesto para que reviente en la inoperancia y aparezcan los salvadores, el sector privado, porque lo público no funciona, a ello la están conduciendo los rectores de la cultura.
El sector público ha sido vulnerado en sus derechos, el recorte de recursos, por supuesto que ahoga su desenvolvimiento, limita su accionar hasta convertirla en un ente burocrático. Entonces surge la justificación para la privatización, tal o cual entidad no es rentable y se la debe privatizar, es el caso de los ferrocarriles, correos, refinerías, entre tantas; caso curioso, entregan el patrimonio de todos los ecuatorianos a manos privadas y allí si producen rentabilidad. Es el disfraz de un modelo destinado a privatizarlo todo y convertirlo en mercancía, saquearlo y despilfarrar o rifar los recursos de todos los ecuatorianos. En medio de la pandemia y crisis sanitaria, el poder intenta destrozar, aún más, el escuálido sistema de cultura del país.
En esta hora, ninguno de los candidatos presidenciales plantea rasgos claros de política cultural, solo parches o menciones muy generales de emprendimientos, fortalecimiento del plan de lectura y desarrollo de las industrias culturales; nadie propone una reforma a una Ley que no se la aplica, nadie apuesta por la cultura como el motor fundamental del desarrollo integral; nadie ve en el sector el reflejo de un país sectario, excluyente, racista, no se quiere ver lo que somos, con grandes vacíos de identidad, con visiones egocéntricas más hacia fuera que hacia lo interior del país, es decir, campea la colonización educativa y cultural, quiero decir, que no se plantea un relectura de la historia para ser nosotros mismos y construir nuestro propio modelo de desarrollo incluyente; llena de traumas, la sociedad ecuatoriana presume de lo afuereño y no se vanagloria de lo propio, de lo producido por sus trabajadores y artistas, quienes a la final son el sostén de un país descuartizado por el odio y alimentado por un regionalismo radical que nos traslada a la cuestión del estado nacional que no termina por constituirse. No está en los planes de los candidatos el asunto cultural en serio, sirve solo como apología complementaria en discursos sin condumio, donde la retórica y el tratar de convencer son la característica; lo cierto, la cultura no interesa en los planes de gobierno, a nadie ha interesado con la seriedad y claridad que debería asumirse, como en los tiempos de Carrión, catarsis necesaria a la hora de plantear el trabajo responsable con el sector cultural en beneficio colectivo para ser, sentir y dar continuidad a la vida.
Defender a una institución que marcó una etapa fundamental en la construcción del espíritu nacional, obra todavía incompleta, aguarda a sus salvadores con gran pena.