Entrevista a Monseñor Luis Cabrera, Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana
Por: Brígida San Martín, Edgar Cordero y JM Castellano
La Clave Cuenca tiene entre sus secciones principales el compartir con la ciudadanía global la visión y reflexión de destacadas personalidades, en el escenario nacional como internacional, que son referentes en sus ámbitos disciplinarios, a través de una entrevista en profundidad en la que se pretende abordar temas de interés general. En este primer número de La Clave Cuenca tiene como invitado especial al Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y arzobispo de Guayaquil, con la finalidad de aproximarnos a tres grandes ejes temáticos de rabiosa actualidad: la crisis sanitaria, el contexto internacional y la situación política ecuatoriana.
MONSEÑOR LUIS GERARDO CABRERA HERRERA
Nace en Azogues el 11 de octubre de 1955 y tras realizar sus estudios primarios, en su ciudad natal, ingresa al Seminario Menor de los Frailes Franciscanos, donde cursó sus estudios secundarios, que concluía en el Colegio Fiscal Juan Bautista Vázquez. Tras su etapa secundaria iniciaba sus estudios filosóficos y teológicos en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Quito) y obtenía su Licenciatura y Doctorado en Filosofía en la Pontifica Universidad Antonianum (Roma) y el 1 de octubre de 1975 tomó el hábito franciscano.
Mons. Luis Gerardo Cabrera Herrera cuenta con una amplia trayectoria en el desempeño de diversas funciones destacadas, como Secretario para los Estudios y la Formación de los Frailes Franciscanos y Encargado de la Pastoral Vocacional de la Provincia Franciscana en el Ecuador entre 1996–2001; Director del Centro de Estudios Franciscanos del Ecuador (1997–2000); Miembro del Consejo Provincial (1998–2000); Director del Instituto filosófico-teológico “Cardenal Bernardino Echeverria” (Quito) y Profesor de Teología y Espiritualidad franciscana (1996–2003); Secretario Ejecutivo de la Comisión de Ecumenismo de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (2000–2003); Ministro Provincial de los Franciscanos en el Ecuador (2004–2009); y Consejero General de la Orden de los Frailes Menores Franciscanos en Roma (2004–2009). El Papa Benedicto XVI lo nombró Arzobispo de Cuenca; desempeñó el oficio de Vice-Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y el 24 de septiembre de 2015 fue designado, por el Papa Francisco, arzobispo de Guayaquil. En la actualidad es presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y arzobispo de Guayaquil.
CRISIS SANITARIA

¿Cuál es su mirada ante el convulso e inestable contexto internacional actual?
El saber que estamos en un mundo interconectado. De hecho, el Papa insiste mucho en ese concepto, de tal manera que todo lo que sucede en el mundo no es ajeno a nosotros. Los grandes problemas, que ahora nos tienen concentrados, buscan soluciones al tema de la salud, que copa la atención de la gran mayoría de las personas y de todos los sectores (economistas, sociólogos, médicos, religiosos). En fin, la pandemia está en el centro de atención. No hay día que la prensa, la radio o la televisión no se haga eco de esa realidad. La pandemia nos invita a reflexionar y también a tratar de interpretar de la manera más cercana y objetiva, porque hay tantas posiciones, desde una mirada que lleva a pensar que es una conspiración mundial para acabar con las economías, para acabar con la población. Hay otra visión, quizás desde un punto de vista más cercano al mundo religioso, que piensa que es una maldición, un castigo. Y se trata de un tema de carácter médico, donde lógicamente los profesionales en el campo de la salud tienen que hacer su trabajo. Alrededor de ese tema, lógicamente, vienen otros y prefiero que sean las personas que trabajan en esos campos los que nos ayuden a entender mejor, como el problema económico que se ha desatado, la pérdida de trabajo de cientos de miles de personas y otros de carácter político y social que van muy unidos.
¿Qué lecciones nos ha dejado la pandemia?
Por esas cosas de la vida, he tenido que vivir muy de cerca esa realidad en Guayaquil, la ciudad más golpeada de Ecuador, porque no estábamos preparados, ni los ciudadanos, ni las instituciones sanitarias, ni las organizaciones privadas o públicas. Fue un golpe muy duro. Muchas lecciones nos ha dejado. La primera ha sido el aprender a valorar la vida, aprender a valorar la salud y saber que, con todas las grandezas y bondades de la vida, es frágil, hay que cuidarla, hay que protegerla. Creo que ha sido la gran lección. Después otro aprendizaje, importantísimo para resistir, ha sido la solidaridad, esa capacidad de compartir con los demás. De hecho soy testigo, en Guayaquil nosotros tenemos el Banco de Alimentos Diakonía en coordinación con muchas organizaciones sociales y estatales, y hemos podido llegar a más de dos millones y medio de personas con kit de alimentos, pero eso gracias a la generosidad, a la bondad y a la solidaridad de muchísimas personas e instituciones que hicieron posible la entrega, a través del transporte, del embalaje, igualmente en el campo ya médico con todos los insumos. Creo que es una lección para mí importantísima que la solidaridad es capaz y pone en un mismo nivel a las personas que buscan formas de ayudar y superar esa situación. Otras lecciones, ser creativos, el tratar de buscar, de inventar, ser audaces para proponer alternativas, porque el miedo no sirve y todo lo que significa a nivel físico, psicológico y familiar. En medio de eso, el ser humano, como que tiene agallas, tiene fuerza para levantarse, para seguir adelante, sin desconocer cómo llegó el dolor, que ha causado la muerte de muchas personas y no poder despedirlos. Son lecciones donde el ser humano puede despuntar, puede levantarse y eso nos da esperanza para seguir adelante, para seguir afrontando esta pandemia con realismo, por supuesto, pero sin dejarnos dominar, sin permitir que la pandemia destruya nuestras vidas. Hay muchísimas más lecciones, hablo de lo que he vivido: el valor de la vida, el valor de la salud, la solidaridad y la esperanza.
Como usted muy bien ha señalado, la pandemia al menos en los momentos iniciales nos dejó toda una serie de señas, nos invitó a un proceso de reflexión con respecto a la propia existencia, a los propios comportamientos sociales, políticos, medioambientales, familiares, etc. ¿Usted cree que ese impacto inicial se ha ido diluyendo y estamos volviendo otra vez a olvidarnos de esas lecciones que nos enseñó la pandemia?
Sí. Creo que sí. Esas lecciones no las hemos asimilado, y hablo en plural, no lo hemos asimilado lo suficiente, aunque quizás vivimos todavía condicionados por aquellas formas que teníamos, donde la naturaleza, como usted ha dicho muy bien, se ha transformado en un simple objeto, una mercancía de compra y venta, y que no importa, por ejemplo, el calentamiento global, la contaminación, o sea, como que fue un alto pero casi presionado. Sí, es verdad, hay personas que a partir de ahí han asumido grandes compromisos pero en general yo sí comparto con usted esa especie de estancamiento o incluso de vuelta atrás, porque seguimos contaminando, pero ahí entran en juego los grandes intereses económico. Entonces no importa seguir contaminando, aunque hayamos tomado conciencia de la necesidad de hacerlo, pues no, priman ese tipo de intereses tanto políticos como económicos y por eso se prevé un gran desafío como un gran reto para todos nosotros. De hecho a nivel personal, recuerdo también el pasar encerrado aquí en casa, eso me ayudó a entender que tenemos que ahorrar el agua, ahorrar electricidad, a todo ese tipo de cosas. Pero a lo mejor pasa, esto es un momento y se olvida fácilmente y se vuelve a seguir explotando de una manera inmisericorde esta naturaleza, es el único planeta que tenemos y sin pensar en el futuro de las nuevas generaciones, que van a respirar ellos después de 10, 15 o 20 años. Coincido plenamente con su lectura y creo que hay que plantearnos un tema más de desafíos, a nivel educativo y de las familias. Es un trabajo de todos, donde se juega nuestra vida, nuestro presente y futuro.
La pandemia ha desencadenado otras formas de desesperación no sólo en salud sino de temor, inseguridad a un futuro incierto, al desempleo, a la falta de oportunidades y a ello se suman el sistema de información y desinformación, hasta dónde lo que llega de las redes, lo que me llega de medios, lo que me dice la ciencia o la pseudociencia es mentira o es verdad. ¿Cree que esas incertidumbres están generando una sociedad temerosa?
Bueno varios psicólogos, filósofos y teólogos siempre han hablado de que el miedo es el enemigo número uno del ser humano: el miedo a lo desconocido, el miedo a la muerte, el miedo a la soledad y, en este caso, al virus. El miedo hace que tengamos el sentido de sobrevivencia. Lógicamente hay que verlo desde un punto de vista positivo, como una alarma, como una llamada de atención, para poner en juego las grandes capacidades del ser humano. Aquí entramos en el campo puramente biológico y los médicos explican cómo el miedo estimula esa famosa glándula, llamada amígdala, y la amígdala al hipotálamo, las glándulas suprarrenales, de tal manera que desencadenan una serie de substancias, donde la persona ataca, huye o se paraliza. Entonces aquí, el gran reto es aprender a gestionar el miedo, de tal manera que el miedo no nos mate, no nos destruya, sino que sea una alarma, sea una llamada de atención para superar. Alguna vez escuché un pensamiento que me encantó, decía que el miedo lo experimentan las personas inteligentes ¿por qué? Porque prevén el peligro, saben que su vida corre un riesgo pero el miedo hace que la persona reaccione, buscando soluciones, alternativas. El miedo hay que superarlo ¿cómo superarlo? Es la gran pregunta, en el punto de vista físico médico, psicológico y desde la fe también, que es importantísimo para los creyentes, cómo superar el miedo. Lógicamente la recomendación es pensar en positivo que da seguridad, que da paz, porque una persona puede pensar mejor y puede desarrollar la solidaridad y la creatividad. La gran pregunta para mí es cómo gestionar el miedo, cómo ayudar para afrontar esa realidad que produce el virus, para no dejarnos dominar, porque si no nos perdemos. Es verdad que los medios de comunicación juegan con esa política del miedo, con mensaje negativo. Yo apostaría por la seguridad, apostaría por la esperanza pero de una manera concreta: que las personas con quienes trabajamos van a salir adelante y esa es mi experiencia en Guayaquil.
¿La crisis sanitaria y la visión de incertidumbre social, ese ambiente de miedo, de inseguridad ha generado una vuelta o incremento de la ciudadanía a la iglesia?
Bueno digamos que más que hablar de incremento en el número de participación, pues no podría decir, más bien todo lo contrario, por el miedo desencarnado, pese a que los templos son los lugares, no digo los más, pero sí son uno de los lugares más seguros. Pero el miedo es miedo, el miedo es libre. Hay muchas personas que por miedo han vuelto a la familia, a los abuelos, al amigo, a Dios, a la iglesia, buscando un refugio, un apoyo en la trascendencia. También he podido constatar, y eso lo digo abiertamente, que mucha gente sincera se ha replanteado la vida, ha dicho, bueno, mi vida es tan frágil que en cualquier momento desaparezco. Hay algo más, hay algo más que un rito, hay algo más que una celebración, hay alguien o hay alguien más. Conozco a personas que se han reencontrado con su ser más profundo, con esa espiritualidad que estaba dormida. Otras personas quizás por el miedo ahora han vuelto, pero esos temores una vez pasan, también desaparece la espiritualidad de religiosidad.
SITUACIÓN INTERNCIONAL
¿Cuál es su mirada sobre la situación de inestabilidad política en el ámbito internacional?
Creo que el diálogo entre las diversas ciencias son saberes que nos pueden ayudar a entender esta realidad, tanto política como económica. Mi posición es más desde el campo filosófico, a replantearnos muchas de esas grandes cuestiones del por qué, a qué se debe. Al final, llegamos a ciertas tendencias que son comunes a todos los seres humanos, independientemente de su etnia, de su cultura, de su género. En el campo político siempre está ese deseo de dominar, de subyugar y aparentar, de ser mejores que otros y esa pasión por ser el mejor. Creo que sigue siendo una realidad entre nosotros. Fíjese lo que acaba de pasar en EE.UU. En el fondo es quién manda, quién es más importante Trump o Biden. Eso está presente en todos los pueblos indiferentemente de su ideología, de su manera de ser. De hecho hablando de política muchas personas lo único que piensan y sueñan es tener el poder. Pero ¿el poder para qué? ¿Qué van a hacer con ese poder? ¿Van a ponerlo al servicio de los demás, de los más vulnerables y necesitados o es un poder que van a utilizarlo para su beneficio propio, particular, para obtener privilegios? ¿Para qué el poder? Depende de cómo se lo maneje. En el campo económico, esa tendencia a acumular, dejando de lado a los demás y para ello utilizan todos los medios posibles para convertirlo en acciones lícitas, se los legaliza. Prácticamente es terrible, porque son frutos de la explotación, son frutos del robo y todo lo demás. Aquí entra en juego los grandes modelos políticos y económicos.
En ese sentido ¿se puede entender la situación actual como el resultado de una crisis de valores en todos sus ámbitos?
Bueno el tema de la crisis de valores y de la ética creo que hay que ir más allá de lo coyuntural. La historia se encarga de demostrarnos que estos temas éticos, de valores y antivalores, han estado presentes en todas las etapas, en todas las culturas, en todos los sectores sociales, políticos y económicos. Creo que debemos entenderlo desde ahí, para no satanizar, para no pensar que es únicamente en este tiempo. Sin embargo, la manera de afrontar la crisis (de hecho, la palabra crisis no significa más que discernir) es el momento de tomar conciencia y analizar, ver realmente cuáles son las causas, qué está motivando esta situación. Y para ir a algo más concreto, se habla de crisis en el campo ético, justamente el tema de la corrupción está presente en todos los sectores (sociales económicos, políticos, religiosos, culturales). La corrupción, y ahí aparecen con rostros, con nombres (cohecho o coima, peculado, enriquecimiento ilícito), es un tema que ha estado presente a lo largo de la Historia. Recuerdo que hace años había un programa, elaborado por el Ministerio de Educación, que se llamaba “Copia y Coima”, dos modalidades que se daban en el ámbito educativo: copiar para pasar de año y, luego, la coima, el pago a los profesores. Me pongo a pensar en qué hemos cambiado desde allá hasta acá. También hay que reconocer que hay gente honesta. Recuerdo un librito que sacaron unos empresarios que decía: “ser honesto es rentable”. Demostrar que la honestidad es una fuente de generación de recursos, que se puede vivir bien y no hay qué recurrir a la corrupción. Hablaría más de un momento crítico, como en todas las etapas de la Historia, en que tenemos que ir más allá de los fenómenos y preguntarnos por las causas, ¿qué hay detrás de eso? ¿A qué se debe esa tendencia del ser humano de aprovecharse del otro, de engañar para explotar al otro?
¿Qué hacer ante esa situación?
Es todo un trabajo de la familia, de la escuela, de la universidad, de los movimientos sociales, políticos y, por supuesto, de los medios de comunicación, para trabajar en valores, en esos valores éticos y otro tipo de valores culturales. Hay que pensar también cuáles son los valores culturales que dan identidad a los pueblos, que dan identidad a los grupos humanos, aunque la globalización impone otro tipo de cultura, otro tipo de relación entre las personas, con la naturaleza, con uno mismo, pero veo que hay una resistencia muy grande, por eso el Papa Francisco habla de esa tensión entre lo universal, lo global y lo particular, lo propio, lo que hace, pues, que un pueblo sea tan diferente de otro. Pensemos en Cuenca, por ejemplo, he estado allí durante seis años, toda esa cultura que nos distingue de otros pueblos del Ecuador, pero esa cultura lejos de ser un obstáculo o un muro, una causa de enfrentamientos, resulta que puede servir también como enriquecimiento, como un aporte, hablamos ya de lo intercultural, donde todo es reconocido y valorado de forma integral. Entonces, cuando hablamos de valores como éticos y culturales es un tema bastante amplio y complejo, por no entrar en temas de valores estéticos.
El poder es precisamente uno de los factores que está definiendo nuevos conceptos, hasta el del ser humano. Los jóvenes conviven en una sociedad marcada por unas relaciones ya no tanto personales o interpersonales sino virtuales, donde la tecnología marca conductas, comportamientos, convicciones y concepciones ¿Cuál es su visión al respecto?
El poder no es más que una posibilidad real que tenemos, que podemos orientar en un sentido u otro, por supuesto, comenzando por el poder físico e intelectual. La tecnología es un poder impresionante, nos ha llevado a un mundo virtual, un mundo artificial, un mundo ficticio, donde todo es inmediato, todo es instantáneo. Así el esfuerzo, por ejemplo, queda de lado. La disciplina es un valor ya trasnochado para muchos. Todo es cuestión de aplastar una tecla, un botón o un icono y ya está todo. Entonces, el mundo es muy peligroso. Utilizo mucho una comparación, cuando uno va por el camino una noche y las luces encendidas nos encandilan la mirada y no vemos más que eso y nos quedamos perdidos. Creo que es importante que los jóvenes se conciencien que la tecnología es un instrumento que depende de ellos y no al revés. Creo que ese es un problema serio y uno se pregunta qué hay detrás, quiénes están manipulando esas mentes, esas conciencias, quiénes han convencido a los jóvenes de que ese es su mundo. Hay unas empresas, hay unos seres humanos, hay adultos que sí saben hacia dónde van. Es un momento para que el joven tome conciencia de su realidad y sea crítico, como se decía en mi tiempo, que sea preguntón. Para mí es la clave, hay que recuperar la pregunta, el por qué, por qué. Ojalá los jóvenes sean preguntones y que no se traguen todo, perdóname que utilice esa palabra, porque todo viene ahora como dice enlatado: use y no piense, propio de la sociedad del consumo.
¿Cómo ve a América Latina en la actualidad?

América Latina tiene que crear nuevos modelos, los tiene que inventar porque hasta ahora lo que ha hecho es copiar modelos, con todo el respeto que se merece los pueblos centroeuropeos, muchos modelos nacieron en el contexto histórico del siglo XIX, esos modelos siguen siendo presentados como los únicos posibles, los únicos válidos. Creo que América Latina a partir de sus realidades culturales y sociales debe proponer una alternativa política, una alternativa económica, donde realmente esa tendencia, esa ambición por acumular bienes o por dominar a los demás al menos sea contrarrestada y controlada.
En ese contexto ¿Considera necesario en Latinoamérica una revisión profunda del actual modelo y que evolucione hacia otro donde no se explote al ser humano y no agreda a la naturaleza?
Creo que sí. Al final es el ser humano, la persona de carne y hueso, la que tiene que estar en el centro de todos estos grandes sistemas políticos o económicos instruccionales. Históricamente sabemos que las instituciones son creaciones del ser humano y si una institución no funciona, hay que cambiarla. En ese sentido concuerdo con usted y ese ha sido mi discurso con los jóvenes, para que comiencen a pensar, a soñar en sistemas que respondan a las realidades, a sus aspiraciones, a sus sueños y que no se conviertan en títeres y en esclavos de un sistema.
POLÍTICA ECUATORIANA
Usted desempeñó un importante papel conciliador tras las protestas de octubre de 2019 ¿Qué valoración hace de las mismas ahora con la perspectiva del paso del tiempo?
Comenzaría por decir que lo importante es subrayar la decisión de dialogar, la predisposición, las ganas de sentarse a la mesa y confrontar diferentes posiciones y llegar a consensos. Creo que ese es el punto de partida. Tuve esa oportunidad porque en ese entonces desempeñaba el papel de vicepresidente de la Conferencia Episcopal y el presidente estaba en Roma en un sínodo sobre el tema de la Amazonía. Lógicamente tuve que asumir esa responsabilidad. Entonces por eso puedo dar testimonio, digamos desde cerca, no tanto desde dentro pero sí desde muy cerca. Lógicamente ustedes conocen cómo se desarrolló esa situación, comenzando por los trabajadores, por los indígenas, por otros grupos sociales y llegó un momento dado en que realmente la situación fue muy difícil, casi inmanejable. En esas circunstancias, tanto el mundo indígena como el gobierno, solicitó a las Naciones Unidas que la Conferencia Episcopal apareciera no como mediadores sino como facilitadores del encuentro del diálogo. Si usted me dice que pienso de eso, le digo abiertamente que fue una especie de frustración.
Una frustración ¿por qué?
Se invitó a los actores, representantes del gobierno y del mundo indígena, a dialogar pero al final ese diálogo fue prácticamente imposible. Cada parte se retiró a su trinchera y no se llegó a nada. De tal manera que para mí fue frustrante, porque por un lado se decía que ellos estaban dispuestos a dialogar, pero en realidad, en la práctica, ninguno manifestó sus pocas ganas de dialogar. Me quedó un sabor un poco amargo, porque eso no se dijo abiertamente y se creó una especie de fragmentación ideológica, una especie de fragmentación política, que cada quien trataba de defender su posición desde su ángulo. En cualquier caso fue una gran lección para mí, digamos la necesidad de sentarse a negociar, ya que la violencia nunca será el camino acertado, adecuado, para solucionar los grandes problemas que tenemos los seres humanos.
Entonces ¿los problemas continúan sin acuerdo?
El gran tema de los subsidios de los combustibles, pues ahí está pendiente. Otro era el de los juicios que se debía seguir contra las personas que provocaron daños y perjuicios al Estado, también están pendientes, o sea, no se ha avanzado. Uno se pregunta, qué hay detrás de esto, qué pasa. Entonces me sentí frustrado, porque se tomó el pelo a la ciudadanía, al decir vamos a conversar y no se hizo nada. Esperemos que las nuevas autoridades, los nuevos líderes políticos, estén dispuesto a dialogar, si no sería una especie de farsa y engaño. Eso me parecería una falta de respeto al pueblo ecuatoriano.
¿Cómo ve la actual campaña electoral en Ecuador?
En esta campaña electoral, con 16 binomios, son muy pocos los que se han dedicado a presentar sus propuestas para solucionar los grandes problemas, casi siempre están descalificando al vecino, al otro, porque el otro es malo y yo soy bueno. En el fondo hay una especie de sospecha, qué van a hacer cuando estén en el poder, volverán al revanchismo, volverán pues aprovecharse del otro, acabar con todo lo que el otro ha hecho. Es una reflexión que me permito compartir con ustedes, más desde el campo de la filosofía que de la sociología, de la política o de la economía. Son tendencias que uno descubre en todos los grupos humanos, también en los grupos indígenas, en los grupos afros y en la relación varón y mujer también se plantea en términos de poder ¿Quién manda el varón o la mujer? Habría que pensar desde unas categorías más profundas, que nos ayuden a entender este mundo desde la sociología, la economía y la política.
¿Esa realidad que usted ha descrito de tantos candidatos puede ser interpretada como un descontento y una desconfianza de la ciudadanía hacia el mundo político?
Bueno sí, puede ser un reflejo de desconfianza, por lo tanto, que hayan 16, 20, 30 o 40, pues da lo mismo, puede ser un signo de apatía, de casi indiferencia, aunque eso nos complica mucho más y evidencia la falta de formación política que le ofrecemos a los jóvenes. Esa debe ser una tarea de los partidos políticos, pero también de la academia, de los medios de comunicación, porque el problema es que nos concentramos en las elecciones cada cuatro años y, perdóneme la expresión, pasa el tiempo de la calentura y nos olvidamos. Volvemos a lo mismo de siempre. Creo que tendremos que apostar por una formación más sistemática más sólida en esta dimensión política del ser humano.
¿Cree necesario la aplicación de una especie de alfabetización política en la formación de líderes sociales que rompa con la apatía y falta de confianza?
Bueno, eso va en la misma dirección que hablamos de la formación en la dimensión política, la formación de nuevos cuadros, líderes que tengan principios éticos, que sepan que los bienes que tienen que gestionar son públicos, son de todos los ecuatorianos, y que no pueden hacer de los bienes un botín o una ocasión para repartir a los demás. Lógicamente habría que recuperar el digno valor de los partidos políticos, que juegan un papel importantísimo, una especie de intermediarios entre los poderes del Estado y las grandes aspiraciones del ciudadano. Además los partidos tendrían la misión de educar, de formar. El liderazgo había que trabajarlo también en todos los sectores y devolverle su dignidad a la política.
¿Qué posición debe adoptar la ciudadanía para alcanzar un verdadero cambio en el mundo político?
Lo primero que sugeriría es que el código de la democracia debe ser cambiado para evitar justamente la proliferación innecesaria de candidatos, además, de invitar a que asuman responsabilidad y un deber ético, que nos hablen desde la realidad, desde la verdad y que no utilicen el engaño, el proselitismo, la demagogia y las falsas promesas. Debemos pedir a los candidatos que nos digan, no solo que van a hacer sino cómo van a hacer, con qué van a hacer, cuándo van a hacer, porque si no imagínense quedamos en lo de siempre: un millón de empleos, dos millones de viviendas. Por otro lado, la ciudadanía, quizás por un carácter hasta histórico, se siente defraudada. Temo mucho un ausentismo, algunos sociólogos hablan del 60% de indiferencia política. De ahí la invitación a los ciudadanos a asumir este deber cívico, a participar, sabiendo la política es una manera de organizar de la mejor manera el bien común, el bien de todos y saber que en las urnas nos jugamos el presente y el futuro de nuestra patria. Creo que es una tarea difícil pero hay que hacerla.