Cambio de aires (¿vientos del pueblo?) en el mundo

Por: Manuel Ferrer

Si hace treinta años, la caída del muro de Berlín marcó el final de la Guerra Fría y abría las puertas a un nuevo orden mundial, los incesantes cambios experimentados en poco menos de un lustro anuncian la apertura de una época que nos enfrenta a retos desconocidos.

La inimaginable pandemia de la Covid-19, con su reata de calamitosas consecuencias socioeconómicas, y la constatación de la ineficacia de los gobiernos para coordinar las labores de desescombro y reconstrucción, empieza a abrir los ojos a un sector de población, todavía minoritario, que se resiste a dar por buenas las explicaciones que llegan desde las alturas, a pesar de que aún tienen engatusados a la mayoría de los ciudadanos. Pero algo está cambiando, y empieza a aflorar un instinto de rebeldía, aún en ciernes.

La tosquedad de las mentiras urdidas desde muchos gobiernos, en connivencia con unos medios de opinión pública que están desprestigiándose a pasos agigantados, invita al rechazo y a la desconfianza hacia unas clases políticas cada vez más desacreditadas y cuyas mentirosas promesas y vergonzosas prácticas corruptas empiezan a ser pregonadas y aireadas a los cuatro vientos.

Un reciente estudio de la Universidad de Oxford, basado en encuestas practicadas en doce países, de cuatro continentes, publicado por el “Instituto Reuters para el estudio del periodismo”, concluye que los medios de comunicación merecen cada vez menos credibilidad. Significativamente, Estados Unidos y España figuran a la cola en ese deshonroso ranking, que viene a ser una visualización del asco que inspira a la gente común la tosca manipulación de las noticias por quienes actúan indecorosamente al dictado de los propietarios de las empresas periodísticas y de los intereses de sus fuentes de financiación.

El caso de Estados Unidos y el turbulento traspaso del poder que se haya en marcha merece un comentario aparte, que deberá estar precedido de una cautelosa espera de los acontecimientos que se producirán en los próximos días.

Por lo que se refiere a España, la turbulencia de los tiempos amenaza con llevarse consigo toda la arquitectura constitucional trabajosamente construida desde la Transición a la Democracia. La irrupción de Podemos en el gobierno, que para muchos significó una ventana a la esperanza, se ha convertido en muy pocos meses en una exhibición de incompetencia, contradicciones, tentaciones totalitarias asociadas a personalismos narcisistas y amenaza de descomposición del sistema, sin que se haya conseguido alumbrar ni remotamente una ruta alternativa mínimamente viable.

Una reciente y desorbitada subida del precio de la luz, en trágica coincidencia con la mayor ola de frío que se recuerda en dos décadas, ha emplazado a muchas familias españolas a padecer un terrible y crudo invierno, sin que Podemos, que apenas hace unos años -cuando mandaba el Partido Popular- vociferaba contra el elevado precio de la luz, musite más que vulgares excusas, atribuyendo la responsabilidad de esa alza abusiva a tiros y troyanos, sin recordar que forma parte del Gobierno de la Nación y que, por consiguiente, alguna responsabilidad debería asumir.

La llegada de nuevos aires, que removerán la escoria que en tantos países se ha instalado en el poder, no suscita en España demasiadas esperanzas, pues, descartados los podemitas, tampoco el populismo de derechas, encarnado por Vox, invita a pegar saltos de júbilo.

Lo que parece evidente es que la ciudadanía de los nuevos tiempos que se avecinan dejará de lado a la clase política, que ha demostrado sobradamente su ineptitud, y que tampoco depositará su confianza en los tradicionales mecanismos de comunicación pública, relegados a la condición de voceros de sus amos. Debería ser la hora en que la sociedad civil tome conciencia de sus potencialidades; pero ello requeriría que despierte del sopor en que ha sido sumida desde las instancias que gestionan el poder, supuestamente en nombre de una soberanía irónicamente calificada de “popular”.

Quién sabe si, a la corta o a la larga, empiezan a soplar vientos del pueblo que traigan consigo un cambio de aires.

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